Hay que mirar al calendario. Las señales son inequívocas: una anualidad se estrena en el cosmos cristiano, dos mil dieciocho años aprox. desde que nació Josu en Bethlehem. Es una extraña conmemoración, o más que extraña... absurda. Aunque más absurdo es creer que aquel judío era el hijo único del dios supremo del universo o más; una pasada divina. He adjetivado como «único», pero me he quedado con las ganas de usar «primogénito», por generar polémica más que nada. Y por esas gracias que tenemos y por nuestra manera de organizarnos, hemos decidido que al inicio de ciclo -de cualquier ciclo en realidad, todo nos viene bien- hacemos borrón y cuenta nueva con la memoria, reconstruimos nuestra maltrecha personalidad y nos reconvertimos en héroes de leyenda dispuestos a socorrer al mundo... de nuestras tiernas miserias. Yo, en cuanto a esto, soy poco original: hacer un supremo esfuerzo por volver a ser capaz de subir la cremallera de mis levis talla 30, conmigo dentro por supuesto. He dicho «volver», por si se había pasado por alto. |