Algunas tardes la capacidad de Tachón para relacionar sucesos y pensamientos se dilataba tanto que le resultaba imposible preparar argumentos sólidos para proseguir el avance en su ofensiva contra el mundo. Intentaba serenarse y razonar con lógica, pero no podía con ello.
Para colmo, aquella tarde el sol se había refugiado en un futuro incierto y las nubes cargadas de lluvia desataban oleadas de tristeza sobre su ciudad mortuoria. Y comenzaba a sentir humedad en los calcetines.
Hizo un gesto con los hombros, que nadie podía valorar [nada de piedad, desde luego], y se dejó llevar por voces que no eran suyas, aunque surgieran de lo más hondo de su melancolía.
- Si no hay posibilidades, no hay nada de qué preocuparse. Una sobredosis de vanidad herida le resultaba incluso insuficiente: demasiadas ocasiones malgastadas. Tachón se preguntaba si merecía la pena intentar ahogar el dolor entre los algodones de un futuro inventado; pero no encontraba una buena respuesta.
- No me queda más remedio que aparentar que no pasa nada, que soy capaz de mantener el tipo pase lo que pase; se aseguraba así una imagen de serena dignidad que le permitiría aparecer ante su público como un tipo fuerte y maduro. ¡Qué ironía!. Sentía cómo le resbalaban por las mejillas dos o tres gotas de agua cálida, procedentes de ¿dónde?. Entonces, una sombra cubrió inesperadamente todo el universo conocido.
Y Tachón sintió dolor, mucho dolor.
- Joder, ya no puedo ni tan siquiera comportarme como un cínico experto. ¿Qué me está pasando?.
Buscando amparo para protegerse de la lluvia, Tachón se alejó de la orilla del mar. Al cabo de un rato encontró un lugar seco y solitario junto a una vieja mansión abandonada. Sacó del bolsillo un cigarrillo, un mechero y un papel de liar.
- No se me ocurre nada mejor. Y continuó hurgando en los bolsillos.
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