 He titulado «Paz en el hogar» la entrada de ayer, del lunes, sin tener en cuenta la cantidad de horas que Raquel dedicó a atender a su nuevo Jefe, al Javi, el que sustituye a Claudia, la asturiana con la que la nena se entendía a las mil maravillas -o a las 500-. El nuevo tiene pinta ser un telefónico de la vieja escuela, del perfil de los competentes y experimentados; me ha mostrado un video en el que habla de los trabajos que han llevado a cabo en la zona valenciana a cuenta de la última riada, y se percibe un discurso coherente y racional, y no intuye carga de agresividad o prepotencia o ignorancia, o una combinación de todas ellas, lo cual ya es mucho; pero se verá. De momento a Raquel ayer la tuvo trabajando hasta última hora, incluyendo una multi que comenzó a las cinco de la tarde y terminó casi a las siete -adiós a su clase de baile con las "autoridades sanitarias"-. Dejando a un lado los avatares telefónicos de mi amor, el día ha estado presidido por la calma y el descanso. He cocinado un plato combinado a base de coles de Bruselas -nos ha dado fuerte por ellas-, espinacas a la sartén -tras retirar las coles ya hechas, en el wok he volcado una bolsa de espinacas para aprovechar el calor y los aromas y han estado hechas en un pispás-, y unos filetes de pechuga a la plancha -planchados por la nena-. Una comida de diez, saludable y digestiva. Las compras del día me han llevado al LIDL. Esta mañana hemos estado criticando la deficiente calidad de los productos que nos venden últimamente en la frutería; una calidad a la baja, alarmante e inesperada. Me apena pensar en limitar mucho las visitas a Eguskiñe y a Jose, pero es lo que hay, yo les visito para comprar alimentos y si los alimentos no son de calidad pues... En fin, que al LIDL que me fui. Compras clásicas: latas de conservas, jabón de lavadora, leche fresca, verduras, cervezas Alhambra y una de tinto y otra de blanco. Las obras del nuevo ascensor funicular van, a un ritmo que no sé definir por falta de conocimientos y experiencia. En la calle hace frío, pero no llueve. Estoy un poco tocado de la hernia -o lo que quiera dios que sea- y me obligo a llevar un ritmo muy bajo de actividad, pero lo medio cumplo, el menú que he elegido me exige dedicar largos ratos en pie ante la encimera preparando las verduras -deshojar las coles y despuntar las espinacas, una a una ambas, un trabajo lento y paciente, una labor que me agrada pero que me cansa-. A eso de las doce y media tengo todo listo para comenzar el cocineo, que tengo previsto que arranque a eso de la una y media o así. En ese lapso de relax me apalanco en la butaca, me tapo con la mantita y me distraigo con el móvil, a mi estilo característico. Se disfruta mucho ese rato. La sala ha cambiado a mejor, hay más luz -ahora tenemos dos ventanas nuevas-; el muchacho descansa en su cuevita y yo le hago fotos y las distribuyo por el WhatsApp; y a Raquel le cierro el despachito para no molestarla con mi cháchara alocada. Todo eso hasta la una y media. Comemos, y hay que decir que muy bien. Nuestro método de cocinar las coles es perfecto, me resultan una exquisitez; podría comer coles todos los días sin problema. Al terminar el receso alimenticio del mediodía Raquel reanuda su actividad donde la dejó; está intentando que la IA le eche una mano para generar una presentación que le ha pedido Javi -anda en ello con el Copilot y el Gémini, pero sin lograr un resultado aceptable-. Yo ocupo mi lugar en la butaca y doy inicio a la sobremesa y a la siesta; pruebo a ver la secuela de Alien y al poco lo dejo porque es una auténtica mierda -es lo que hay-. A media tarde llega paquete de Amazon con los visillos que compramos hace un par de días para ampliar las posibilidades de los que ya cuelgan ante las ventanas; pero al desembalarlos comprobamos que no son del mismo tipo y que han de ser devueltos -pendiente para hoy-. Y así, en plan tranquilo, hasta la cena. Raquel da por terminada su jornada laboral pasadas las siete: está agotada y cabreada. En fin, normal. Raquel me pide tortilla francesa de chorizo y la complazco; cenar y a la cama a ver algo: una serie inglesa bastante siniestra y diabólica -luego busco cómo se llama- que no sé si seguiré viendo porque tiendo a soñar y paso mucho mieditis -esto es en serio-. |