 El inicio de la expansión de la vida neolítica por el occidente europeo sigue siendo un misterio sin resolver pero es ampliamente aceptado que es consecuencia del desarrollo de la agricultura en el Egeo y en el Próximo Oriente y que ésta se extendió a través de remotos contactos terrestres y marítimos difíciles de comprobar.
Una vez arraigada la agricultura en el oeste del Mediterráneo se tiende hacia la especialización de sus grupos humanos dividiéndose entre agricultores y ganaderos y, muy pronto, aparecen culturas diferenciadas en las zonas costeras y en las del interior. Aún así, la caza y la recolección continuaron siendo actividades de importancia y siguieron habitándose las cuevas de forma regular.
Juan Maluquer de Motes, en el prólogo de Los íberos, obra de Antonio Arribas, nos refiere que “la verdadera revolución cultural se opera cuando, en Oriente, el estímulo minero desencadena el pleno desarrollo de la metalurgia del cobre, y aparecen en nuestras costas prospectores especializados, caballeros de fortuna, sacerdotes y aventureros que inaugurarán la vocación auténticamente mediterránea de las costas ibéricas.”
La aparición de la especialización del trabajo en los asentamientos de las costas conducirá a la posterior aparición de verdaderas clases sociales que marcarán una estratificación de la sociedad.
Recientemente se ha podido verificar el uso de marfil asiático en un taller especializado en la producción de objetos de lujo en un yacimiento de Valencina de la Concepción (Sevilla) datado en el Calcolítico, III milenio a.C., hecho que permite afirmar que, por el momento, puede ser considerado el taller de marfil más antiguo de Europa y que sus redes comerciales se extendían hasta Oriente Próximo sin que se haya podido averiguar todavía quienes realizaban estos intercambios comerciales ni qué rutas seguían.
Los Millares A esta época, el Calcolítico, corresponde uno de los asentamientos humanos más impresionantes de Europa: Los Millares; dotado de ciudadela, fortificado con tres murallas, torres semicirculares, baluartes y con fortines de defensa en el exterior. Situado entre Santa Fe de Mondújar y Gádor (Almería), muy cercano a las minas de cobre de la Sierra de Gádor, se ha localizado en él un edificio de planta cuadrada dedicado exclusivamente a la metalurgia del cobre y en cuya necrópolis la mayoría de tumbas corresponden al tipo tholos, construcciones funerarias de planta circular como los usados en la cultura micénica.
Como continuidad de Los Millares, ya en la Edad del Bronce, durante el II milenio a.C., encontramos la Cultura Argárica que debe su nombre al yacimiento de El Argar, situado en Antas (Almería), pero que tiene como zona de influencia el sureste peninsular, en las actuales provincias de Almería, Murcia, Alicante, Albacete, Jaén y Granada.
Este yacimiento se caracteriza por los enterramientos en cistas y en pithoi (πίθοι), grandes vasos o tinajas de cerámica que se utilizaban, sobre todo, para almacenar y transportar cereales o aceite y que son típicas del período minoico. En los ajuares funerarios se hallan, marcando una gran desigualdad social, adornos de oro y plata y armas propias de una aristocracia guerrera como son puñales, espadas y alabardas. Estos hallazgos también corroboran una metalurgia muy avanzada que necesita de un comercio organizado. Las calles están bien definidas y las casas rectangulares se asemejan a las megaron ( μέγαρον) micénicas de Grecia y Anatolia.
La vida urbana compone un alto grado de individualización y de estratificación de la sociedad en clases favoreciendo la manifestación del germen de la autoridad política; es en ésta época en la que aparecen las primeras monarquías europeas.
Otra característica de los poblados de la Cultura Argárica es que están situados cerca de minas de cobre y plata y sus actividades principales debieron ser la ganadería y la metalurgia.
El sureste peninsular y el área levantina se distanciaron del resto meridional en cuyos subsuelos de enorme riqueza minera se originó el desplazamiento de los focos más evolucionados hacia el sudoeste y el Bajo Guadalquivir que no tardarán en constituir el núcleo del territorio tartesio.
La Bastida de Totana
El yacimiento de La Bastida en Totana (Murcia), perteneciente a la Cultura Argárica, está dotado de un sistema de fortificación estratégica que hace suponer que fue una de las ciudades más desarrolladas política y militarmente de la Europa de su época cuyos elementos se desconocían aquí y son semejantes a los de la civilización minoica, a los del Próximo Oriente y a los de Anatolia.
Uno de estos elementos arquitectónicos más notables es un arco apuntado que remata una poterna cuyos precedentes se encuentran en el urbanismo próximo-oriental y en la segunda ciudad de Troya (Anatolia); de este dato podríamos deducir que en su construcción participaron gentes venidas del Mediterráneo Oriental y que en la Cultura del Argar se atisban elementos exóticos de origen anatolio.
La importancia del comercio de metales
Desde el Bronce Medio, a causa de la necesidad de cobre y estaño para obtener dicho metal, los griegos micénicos habrían navegado hasta el Mediterráneo Occidental en busca de las materias primas imprescindibles para conseguir dicha aleación y en nuestra Península abundaban estos recursos, ya sea en su subsuelo, caso del cobre, o por el comercio atlántico con las Casitérides, centros productores de estaño localizados en Galicia, la Bretaña francesa y las Islas Británicas.
En el Periplo massaliota, obra del siglo VI a.C. y hoy perdida pero que recogió Rufo Festo Avieno, poeta latino del siglo IV d.C., en su Ora Marítima se describían las rutas náuticas utilizadas por los comerciantes fenicios y tartesios en busca del estaño. Los lingotes de bronce en forma de piel de buey o de carnero, conocidos como keftiu, que aparecen ya en contextos minoicos y micénicos, y cuya función podría haber sido similar a la del dinero tienen cierta similitud con algunas piezas de oro del Tesoro del Carambolo hallado en Camas (Sevilla).
Es a este periodo histórico al que pertenecen los dos fragmentos de cerámica micénica, fabricadas en la Argólida, en la región del Peloponeso, encontrados por el arqueólogo José C. Martín de la Cruz en el yacimiento del Llanete de los Moros en Montoro (Córdoba) datados entre el 1300 y el 1230 a.C. uno y entre el 1230 y 1100 a.C. el otro. También hay indicios de cerámica micénica en las proximidades de Cartago, hoy Cartagena (Murcia), y en la zona de Coria del Río (Sevilla).
A finales del II milenio a.C. los contactos comerciales y de toda índole con el Mediterráneo Oriental se interrumpieron sin que sepamos a ciencia cierta cuáles fueron sus causas. Podríamos atribuirlo a las convulsiones que tuvieron lugar en el Egeo y que acabarían dando lugar a la propia Grecia bajo hegemonía aquea.
Posibles etimologías de Hispaia
De entre las posibles etimologías de los nombres que fenicios, Hispania, y griegos, Iberia, dieron a nuestra Península puede deducirse el interés por el que se sentían atraídos estos comerciantes de la Antigüedad: los metales, las materias primas que en aquella época fueron semejantes a lo que representarían en la actualidad el petróleo o el coltán (columbita-tantalita). Según defiende José Luis Cunchillos, miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en su "Gramática fenicia elemental" , i-span-ya significaría “la tierra donde se forjan metales” y Adolfo J. Domínguez Monedero sostiene que los griegos, antes de arribar a nuestras costas, ya conocían la Iberia caucásica, rica en minas, y por similitud trasladaron este nombre para designar nuestra Península puesto que en el Mediterráneo, salvo en Chipre, escasean las minas. Hasta nuestros días han llegado, entre otros, dos magníficos tesoros considerados tartesios que pueden servirnos para ilustrar la abundancia de metales, en este caso de metales preciosos. Uno de ellos es el llamado Tesoro del Carambolo, un ajuar funerario compuesto por 21 piezas de oro de 24 quilates, encontrado en el cerro homónimo de Camas (Sevilla); el otro son los seis Candelabros de Lebrija, también en la provincia de Sevilla, datados en el siglo VII a.C. y expuestos en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Algo más tardío, entre los siglos IV-III a.C., el Tesoro de Tivissa, en Tarragona, está formado por cuatro páteras de plata dorada, once vasos también de plata, un brazalete y dos collares, además de otras piezas, como un par de bueyes de bronce.
En Polibio
Polibio, el historiador griego de amplia cultura que vivió durante el siglo II a.C., visitó Hispania durante las Guerras Celtíberas y nos describió, muy probablemente con el rigor y la exactitud que le caracterizaban, en sus "Historiai" a los príncipes íberos suntuosamente vestidos, la magnífica arquitectura de los edificios, los banquetes amenizados por dulces liras donde los vasos de oro circulaban entre los comensales y hasta que los pesebres para los caballos eran de plata.
Lo mismo que ocurrió en el sudeste peninsular, en la Cultura Argárica, lo podemos comprobar en el sudoeste, en Tartessos; es decir, que existían relaciones comerciales y culturales entre todas las costas mediterráneas y buena parte de las atlánticas europeas.
Juan Maluquer de Motes en su magistral obra Tartessos nos explica: “La necesidad de metal se hace imperiosa…”. “Desde la época micénica buena parte del bronce usado por los industriales aqueos se fabrica con estaño de Occidente…”
En Posidonio
Posidonio, filósofo estoico y maestro de Cicerón, quien vivió entre los siglos II y I a.C., considerado uno de los hombres más sabios de su tiempo sostenía en contra de lo que él consideraba una mentira fenicia que: “Debajo de la Turdetania no existe el Tártaro, sino la mansión del dios de la riqueza”.
En Herodoto
Leaamos a Heródoto de Halicarnaso, siglo V a.C., considerado el padre de la historiografía por Cicerón, como nos cuenta en sus "Historíai" el viaje de Kolaios de Samos hacia el 630 a.C.: “Los habitantes de Focea fueron los primeros griegos que llevaron a cabo navegaciones lejanas; fueron ellos quienes descubrieron el golfo Adriático, el mar Tirrénico, Iberia y Tartesos: no navegaban en barcos redondos, sino en pentecónteras. Una vez llegados a Tartesos lograron la amistad del rey de los tartesios, llamado Argantonio, quien reinó en Tartesos durante ochenta años y vivió ciento veinte. Los focenses ganaron de tal forma la amistad de este príncipe que, inmediatamente, les invitó a dejar Jonia para venir a establecerse en la región de su país que ellos quisieran y, al punto, instruido por ellos acerca del avance de los persas, les dio suficiente plata para fortificar su ciudad con una muralla”. (I, 163)
En Estrabón
También es revelador que Emporion, la actual Empúries (Girona), fundación griega del siglo VI a.C., signifique literalmente “mercado”. Estrabón, el geógrafo griego del siglo I a.C., en el libro III de su Geografía, una de las más importantes descripciones etnológicas de la Península Ibérica en la Antigüedad, nos reseña lo siguiente: “Los emporitanos vivían antes en una islita cercana a la costa, que actualmente recibe el nombre de Ciudad Antigua, pero ahora viven en tierra firme. La ciudad es doble, dividida en dos por una muralla, por haber tenido anteriormente como cohabitantes a algunos indiketes, los cuales, aunque se regían por leyes propias, quisieron por razones de seguridad tener en común con los griegos el recinto amurallado, y éste fue doble, dividido por una muralla medianera. Pero con el tiempo convergieron hacia la misma constitución política, mezcla de leyes bárbaras y griegas, cosa que sucedió también en muchos otros lugares”. (III, 4, 8)
En Tito Livio
Tito Livio, el historiador romano que vivió a caballo entre los siglos I a.C. y I d.C., en su monumental obra "Ab Urbe condita" nos refiere lo que sigue en cuanto a la ciudad emporitana: “El motivo de sus salidas era el siguiente: los hispanos, ignorantes de la navegación, se alegraban del comercio de aquellos y deseaban comprar las mercancías extranjeras que las naves llevaban, y vender los productos de sus campos. El interés de este mutuo comercio hacía que la ciudad hispana fuese accesible a los griegos.” (XXXIV, 8-9)
En Pomponio Mela
Pomponio Mela, el geógrafo natural de Iulia Traducta, la actual Algeciras, muerto en el 45 d.C., nos proporciona en su "De Chorographia", también conocida como "De Situ Orbis", una lista de cuáles fueron algunos de los productos de sus campos y de su subsuelo: “Hispania misma está rodeada del mar por todas partes menos por donde está en contacto con las Galias y, aunque por donde está unida a ella es muy estrecha, poco a poco se despliegan hacia el Mare Nostrum y hacia el Océano y más ancha se encamina hacia Occidente y allí se hace amplísima siendo también abundante en hombres, en caballos, en hierro, en plomo, en cobre, en plata, en oro y hasta tal punto fértil que, si en algunos puntos es estéril y diferente de sí misma, con todo, en esos lugares produce lino y esparto. (II, 5, 86)
De lo económico
Las poblaciones de la costa abrieron su economía a todos los ámbitos y la enfocaron hacia todas las direcciones; explotaron los recursos agrícolas y ganaderos y las posibilidades que les ofrecía el mar. Se desarrollaron múltiples industrias: desde las pesquerías, las construcciones navales, los salazones y, por tanto, hasta la imprescindible fabricación de cerámicas tales como las ánforas, necesarias para el almacenamiento y el transporte de mercancías agroalimentarias como son el vino, el aceite, las conservas de carne y pescado, los cereales, las salsas, etcétera.
De la influencia griega
En las comunidades levantinas y catalanas la presencia de los griegos desde el siglo VII a.C. puede ser considerada un verdadero estímulo para las poblaciones indígenas. Seguramente puede datarse por estas fechas la introducción en estas tierras de la vid y el olivo y la aparición de ciudades tanto en la costa como en el interior. Contrariamente a lo que ocurrió en Andalucía la elevación del nivel de vida en el campo no se inclinó hacia la monarquía y la acción griega, de escaso estímulo político, rara vez se inclinó por la concentración del poder, por otro lado tan contrario a sus propios intereses.
Los tartesios y los turdetanos
Nos narra Estrabón que los turdetanos “son tenidos por los más cultos entre los íberos puesto que, no sólo utilizan la escritura, sino que de sus tradiciones antiguas tienen también crónicas históricas, poemas y leyes de 6000 años” Geografía (III, 1, 6). Según puede saberse a través de la recopilación de la historia universal en 144 libros escrita por Nicolás Damasceno, historiador y filósofo sirio como nos indica su apelativo, quien vivió durante el siglo I a.C., y fue amigo y secretario de Herodes I, el Grande, rey de Judea, Galilea, Samaria e Idumea, de los fragmentos conservados de aquellas leyes se desprende una sabiduría digna de legislaciones posteriores pues nuestros antepasados no aceptaban el testimonio contra los mayores de edad y otorgaban a los ancianos la primacía en cualquier ocasión; no permitían la vagancia; castigaban la prodigalidad y remuneraban el trabajo; confiscaban el capital prestado con interés y premiaban a las mujeres más trabajadoras. (Frag.Hist.Grae.,t.III, p.456) Asclepíades de Mirlea, inventor de los clásicos versos asclepiadeos, y autoridad esgrimida por Estrabón en su Geografía, con la fina intuición que lo caracterizaba, juzgaba a la civilización tartesia tan antigua e inmemorial que la supuso posterior, en muy breve lapso de tiempo, a la catástrofe ocurrida en Mesopotamia hacia el IV milenio a.C. conocida como el “diluvio universal” narrada en la epopeya de Gilgamesh y en la Biblia.
Tartessos, en el Occidente peninsular, evolucionó lentamente desde finales del II milenio a.C. hacia la cultura turdetana, con una aportación etnocultural indoeuropea importante, y el Levante, de fuerte influencia griega, hacia la civilización ibérica a partir del siglo VI a.C. |